Un gran amor ilumina la vejez
La película «Elsa y Fred» enfoca aspectos de la vejez que suelen mirarse prejuiciosamente. El amor y el erotismo no son exclusivos de la juventud, como tampoco la capacidad de riesgo y de juego.
Nuestra sociedad suele pensar la vejez en términos de crisis, conflicto o problema. Pocas obras artísticas han sabido darle un lugar positivo sin caer en ocultamientos o exageraciones.
¿Por qué decir entonces que una película que está ahora en cartel —Elsa y Fred— se trata de un verdadero elogio posmoderno de la vejez? Porque sus personajes centrales han conseguido alcanzar a diseñar una estética de la vejez, o más precisamente, descubrir cuál es la belleza en esta etapa de la vida.
A diferencia de otras películas, no le hace falta buscar pócimas rejuvenecedoras para encontrar vetas positivas, como el clásico Cocoon; ni tampoco hablar de la vejez mostrando personajes notablemente más jóvenes para hacer más digeribles «ciertos» goces.
Elsa y Fred nos muestra un relato posmoderno acerca de una promesa o ideal, de un posible y anhelado envejecer.
¿Por qué hablar de un relato «posmoderno»? Porque los ideales que rescata difieren de los «tradicionales» y condicen con un estilo de vida propuesto para el conjunto de la sociedad, sin que la noción de edad sea, de por sí, tan relevante como para definir roles o actitudes.
Esta obra se aleja del panfleto en pos de los derechos de los adultos mayores, aunque sí despliega una serie de críticas a ciertos planos de lo aún no admitido socialmente.
Uno de estos planos, quizás el más interesante y el menos permitido, es el amor y el erotismo, que se presentan como una posibilidad tan cierta y tan «única» como en cualquier otra etapa, sin temor —ni temblor— de mostrar los rostros arrugados y por momentos cansados de sus protagonistas.
La belleza del cuerpo joven no se busca ni se imita. Tampoco su falta aparece como un déficit, por lo que no se configura como el camino necesario para esta relación. Sí hay, en Elsa, una búsqueda, un interés penetrante y hasta salvaje de satisfacer goces e ilusiones no concretados, que llevan a perturbar el duelo y el abandono de su pareja.
Este amor que se produce, a diferencia de otros relatos artísticos, tampoco requiere haberse conocido de jóvenes, ni recordar una juventud perdida para poder expresarse. Ni siquiera el propio García Márquez, con sus historias de amores en tiempos de cólera, pudo desprenderse de este guiño al lector que pareciera querer suavizar cierto disgusto occidental frente a esta tardía pasión.
El tiempo de Elsa es escaso, porque está enferma. Sin embargo, esto no se convierte en una acechanza sino en un poderoso llamado a la vida; un llamado que hará que busque, no pierda tiempo y viva en un permanente presente. A diferencia de ciertas imágenes de los viejos, que padecen de tiempo-aburrimiento, sus personajes, de diversa manera, van a conseguir «llegar a tiempo». Para ello tendrán que arriesgar, innovar y gastar.
El desafío de ampliar y diversificar los estilos de vida que se habían construido a lo largo de la vida resulta otro recurso posible. En este caso es Fred quien va a realizar los cambios más profundos, cuestionando el mito de «¿a esta edad vas a cambiar?». Entre estas transformaciones se le vuelve necesario modificar una estructura rígida de vida para flexibilizarla ya de grande.
La relación con los hijos también se modifica a través de la nueva posición que asumen los personajes. En Fred, la demanda de autonomía aparece como un requerimiento de intimidad, en relación a lo erótico, y de separación de economías en tanto que su posición de deseante, como diría Lacan, implica disponer dinero para él y su pareja. Aunque esto no implique una falta de familia sino otro criterio de relación, en donde cada uno siga siendo el protagonista, sin que existan tiempos límites, mientras haya vida.
Esta película, sin duda, consigue cimentar un elogio de la vejez adecuado a la sensibilidad de nuestro tiempo que, si consigue su objetivo artístico, podrá incidir en que ser viejo, adulto mayor, gente grande, o como quiera llamarse, no se convierta en una ofensa o un descrédito, sino que, por el contrario, pueda ser visto como una bella etapa de la vida.