Mi cuerpo es viejo pero yo soy joven
Esta frase, a pesar que resulte curiosa y algo extraña, es más que habitual. Como me dijo una señora mayor cuando le pregunté si la había escuchado: “eso ya lo decía mi abuela”.
Algunas veces la gente lo nota al pasar por una vidriera y ve una figura que pareciera no reconocer, preguntándose quien es esa vieja o viejo, cuando esa figura representa, ni más ni menos que su propio reflejo.
El escritor inglés Priestley lo describió de este modo: Como si caminando por la avenida Shaftesbury como un joven despreocupado, hubiese sido súbitamente raptado, introducido en un teatro y, maquillado con el pelo gris, con arrugas y con otros atributos de la vejez hubiese sido forzado a salir al escenario. Detrás de la apariencia de viejo yo soy la misma persona, con los mismos pensamientos que cuando era joven.
Estas situaciones nos presentan un curiosa sensación que tienen muchos adultos mayores y a la que se la ha denominado “el cuerpo máscara” (Featherstone y Hepworth, 1991)
En mis propias investigaciones he podido comprobar que esta mirada sobre el propio cuerpo se encuentra muy extendida y muestra como a los adultos mayores les cuesta aceptar, comprender e incorporar su cuerpo con los cambios lógicos que producen los años.
Por esto cabe preguntarnos: ¿qué pasa con la edad que puede llegar a modificar el poder pensarnos de una manera integrada a lo largo de la vida?
Evidentemente las miradas negativas y descalificantes que existen para con esta etapa vital llevan a que ubiquemos en el cuerpo, que sabemos que es lo más visible de la edad, lo viejo y dejemos en aquello que parece más oculto, nuestra identidad, lo más joven. Separando de un manera más o menos consciente dos partes que son verdaderamente inseparables.
“Yo sigo siendo el mismo a pesar de que mi cuerpo envejeció”:
Esta frase la decía un señor ¿tratando de mostrarme que?: ¿acaso las transformaciones corporales deberían modificar nuestra forma de ser, de pensar o de sentir?, ¿o ser el mismo significaría ser eternamente joven?
A lo largo de la vida cambiamos en muchos aspectos, sin embargo hay ciertos rasgos que parecen más estables relacionados con los deseos más íntimos, los afectos más profundos y cierta forma de actuar ante la vida que van más allá de ser joven o viejo.
Para mucha gente sentirse joven por dentro, como se suele decir, implica separarse de los significados negativos que esta sociedad le brinda al envejecimiento. Ser joven o ser viejo no implican significados buenos o malos en si mismos. Hoy sabemos que ni la felicidad ni la alegría son atributos de los jóvenes, así como tampoco la falta de deseo es propia de los mayores. Estos son prejuicios implantados desde hace siglos y que llevan a que los mayores se nieguen a si mismos cuando sienten deseos, pasiones, emociones que supuestamente “ya no son para su edad”.
Por esta razón debemos ser menos críticos con el propio cuerpo y si ser más críticos con los prejuicios sociales acerca de los mayores, para que no nos dejen encerrados en un sentimiento de vergüenza hacia nosotros mismos.
Un nueva mirada:
Recuerdo que una señora me decía: “desde que lo conocí a Juan empecé a verme distinta” ¿por qué? Simplemente por que su cuerpo dejo de ser visto desde una mirada descalificatoria (la de ella, aunque influenciada por los demás) sino por la de un persona que la amaba, la hacía sentir bella y le mostró que ese cuerpo, que ella negaba, podía ser gozado y vivido de una manera muy positiva. Pero no solo con el amor uno puede volver a unificar su cuerpo, sino a través de seguir disfrutándolo, encontrándole belleza, sintiéndole vibraciones y experiencias nuevas. Los “achaques de la edad” no deberían llevar a negarlo, ocultarlo o a pelearnos con él, sino por el contrario a mimarlo, explorarlo y contemplarlo para reconocerlo cada día como una parte indisociable de nosotros mismos.