¿La sabiduría llega con la edad?
A propósito del cambio de año, un tema para meditar.
Solemos pensar que en la antigüedad el anciano era considerado un sabio, lo cual es relativamente cierto. En algunos pueblos, como el judío, ser anciano y sabio eran considerados sinónimos, mientras que en otros se pensaba que era posible llegar a la sabiduría a través del ejercicio filosófico, y en algunos pueblos no se creía que la sabiduría dependa de la edad.
¿Qué hay de cierto en todo esto? Para llegar a esta respuesta, deberíamos preguntarnos que entendemos por sabiduría. Una de las definiciones que yo más rescato es la del filósofo español José Ferrater Mora:
“…La sabiduría es propiamente el saber universal, la actitud de suprema comprensión, de moderación y prudencia en todas las cosas; a la nota suprema de universalidad se unen a ella los caracteres de experiencia y madurez. Con la concepción antigua de la sabiduría se vincula el ideal del sabio, que no es el simple hombre de ciencia, sino el hombre de experiencia. El sabio es aquel que reúne en sí todas las condiciones necesarias para la perfecta madurez del juicio y por eso es llamado el hombre prudente por excelencia, el hábil en todas las cosas, el juicioso…”
Después de esta definición sería difícil ubicarse en este lugar tan exigente donde se sabe y comprende todo, más cerca de un atributo divino que mortal. Sin embargo esta forma es obviamente un ideal que no se adecua al ser humano, por lo que deberíamos pensar cuales son los niveles de sabiduría que si son posibles para cada uno de nosotros.
Resulta importante notar los aspectos centrales que señala este filósofo, la experiencia y la madurez posibilitan la prudencia, la habilidad y el buen juicio.
Sin duda alguna, podríamos señalar que el paso de los años está siendo aludido en esta definición. Por eso sigamos con algunas búsquedas de la sabiduría pero de la mano de psicólogos dedicados a los adultos mayores que vienen investigando esta temática, aunque ahora desde la ciencia.
En el Instituto Max Blanck de Berlín, lo han definido como un conjunto de conocimientos y formas de proceder acerca de la vida cotidiana que implican conocimientos y juicios sobre la esencia de la condición humana y las vías y los medios para planificar, organizar y comprender la vida. Podríamos decir la mejor forma de vida para cada uno. Por lo que, aquel que la haya conseguido, podrá darnos un buen consejo, no porque entienda cual es “la buena vida” para todos sino porque nos mostrará la forma en que él entiende la suya propia y como actuaría desde aquella comprensión. También se considera que para arribar a la sabiduría resulta necesario haber atravesado gran parte del desarrollo personal lo que implica una mirada retrospectiva más amplia, lo cual también supone una edad avanzada.
Entonces ¿cómo pensar en la vida diaria quien es aquel que pueda ser definido como un sabio, sin que sea un “sabelotodo”?
Existen ciertos criterios que podríamos tener en cuenta no solo para distinguir quien es o no es un sabio, sino también para aprender de los sabios y quizás llegar a serlo…
Si entendemos que la sabiduría implica comprender la esencia humana y esto nos permitirá planificarla y organizarla, habría que pensar que la esencia del hombre reside en su falta, en su no perfección, lo que supone poder entenderla sin que nos deje tristes o abatidos.
Mucha gente, particularmente mayor, cuando siente que algo se le vuelve dificultoso por la edad, se enoja y le cuesta encontrar alternativas posibles, simplemente porque no puede soportar que algo falle, o que si algo falla todo va a andar mal, o por no ser el que era. La sabiduría supondría entender lo que implica el paso del tiempo, aceptando lo que no tiene arreglo, y encontrando el recurso adecuado para que nuestro deseo de vivir siga estando atento e interesado en lo que si es posible y modificable. Para ello debemos dejar de lado los sueños narcisistas de grandeza u omnipotencia que siempre nos ofrecieron un paraiso imposible, alimentándonos la ilusión pero no nuestra vida cotidiana.
Ser sabios en este caso, también nos permitiría mantener el control de nosotros mismos, justamente por haber entendido lo que no podemos, que es una forma particular de lucidez para darnos cuenta de cuanto SI PODEMOS. También resulta importante saber ayudarnos con aquellos que nos pueden dar una mano, sin que esto implique perder la capacidad de organizar y planificar nuestra vida.
Mejor volvamos a los ejemplos.
Una señora de 76 años vivía sola en el centro de la Capital Federal y tenía una serie de actividades culturales y educativas. En un momento tuvo una caida y el médico le dice que debe cuidarse más, ya que por la artritis deformante podía ser más propensa a las mismas, sugiriéndole una cuidadora domiciliaria que la pueda acompañar a realizar sus actividades y que le de una mando cuando se bañaba. La situación la desbordó y cambió de la noche a la mañana el curso de su vida. Se fue a vivir con la hija pasando del centro a un barrio más bien alejado y dedicandose ambas al cuidado como si fuese, como ella dijo posteriormente, “de vidrio”, delegando en su hija, no solo el cuidado, sino toda su vida.
En algún momento la hija comenzó a tomar tantas decisiones por ella y quedó tan alejada de lo que habían sido sus intereses que esta mujer empezó con una profunda tristeza. Al venir a consultarme pudimos hablar acerca de cómo ella cedió en sus decisiones personales más de lo que debería, ya que por no poder manejarse como lo hacía antes de la caida no pudo encontrar alternativas intermedias y personales que den cuenta de sus reales posibilidades. Podríamos decir que la tristeza fue más sabia en este caso que su decisión.
Esta situación nos permite entender cómo el temor muchas veces limita la posibilidad de “comprensión” de nuestra existencia, tal como señalaba el filósofo. Comprensión para entender cuales son las auténticas necesidades y usar nuestra experiencia, entendida como el conocimiento de quienes somos, que queremos y como han resultado nuestras decisiones, para saber como seguimos planificando y organizando nuestra vida hasta el último momento en que sea posible. Ser adulto mayor no puede ser un corte con todo lo anterior. Por eso también podemos decir que esta señora no fue prudente al elegir ya que se dejó ganar por sus temores, perdiendo el buen juicio que la hubiese dejado ayudarse en la medida en que a ella, y solo a ella, le hubiese sido necesario.
La sabiduría también requiere de otros aditamentos como saber relativizar, usar el humor, la empatía, la proyección personal en otros… pero mejor les sigo contando en el próximo encuentro.