Psicología y Asesoría en Mediana Edad y Vejez
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La Postgerontología: hacia un renovado estudio de la gerontología (1)

Versión editada por la Revista de Trabajo Social de la Universidad Católica de Santiago de Chile.

Ricardo Iacub[2]

(Extracto del artículo original)

La post-gerontología plantea un estudio político, cultural y ético acerca del envejecimiento humano. El envejecimiento se encuentra ordenado desde una política de edades, que lo proveerá de una significación particular en un contexto determinado. Entiendo, por política de edades, al modo en que una sociedad ejerce controles sobre el desenvolvimiento de los individuos con relación al concepto de edad; de un modo análogo al que se realiza con el de género. Este modo de pensar la gerontología supone considerarla, tanto en su práctica como en su teoría, fundada sobre concepciones normativas acerca del criterio de edad. El pensamiento político en gerontología, tiene por lo tanto, como base ideológica, la transformación de los modelos de sujeción de la vejez y de los dispositivos etáreos. La post-gerontología se ubica, dentro de los estudios culturales, ya que implica dar cuenta de un fenómeno cultural específico que remite a una narrativa social y a un momento histórico, en el cual operan las políticas de edades.

La post-gerontología, aparece dentro de la gerontología crítica, planteando un estudio político, cultural y ético acerca del envejecimiento humano. La vejez se encuentra ordenada desde una política de edades, que le asignará una significación particular en un contexto determinado. Entiendo, por política de edades, al modo en que una sociedad ejerce controles sobre el desenvolvimiento de los individuos con relación al concepto de edad; de un modo análogo al que se realiza con el de género. Las políticas, son aplicables según diversas técnicas tales como: el uso de la fuerza, la educación y el disciplinamiento.

Este modo de pensar la gerontología supone considerarla, tanto en su práctica como en su teoría, fundada sobre concepciones normativas acerca del criterio de edad. Criterio que determinará lo que se designe por vejez; el tipo de problematización que se realice, es decir el modo en que esta será identificada, tratada y valorada, lo cual implicará a su vez, un tipo de accionar disciplinario. “La disciplina es el mecanismo de poder por el cual alcanzamos a controlar al cuerpo social hasta en los elementos más tenues y atomizados, los individuos. Vigilando y controlando su conducta y comportamiento, intensificando sus aptitudes o descalificando su rendimiento” (Foucault, 1976).

El pensamiento político en gerontología, tiene por lo tanto, como base ideológica, la reflexión crítica y transformación de los modelos de sujeción de la vejez y de los dispositivos etáreos; realizando un estudio crítico sobre los modelos en los que se sostiene la gerontología actual, ya sea por el excesivo biologicismo o por las tendencias estratificantes.

La post-gerontología se ubica, dentro de los estudios culturales, ya que en primera instancia implica dar cuenta de un fenómeno cultural específico que remite a una narrativa social y a un momento histórico, en el cual se operan las políticas de edades. Sí la vejez es entendida en cuanto construcción, como parte de una política de las edades, será con el fin de hacer evidente las determinaciones que llevan a dotar de poder, prestigio o a valorar negativamente a cada grupo etáreo. Las mismas supondrán: un tipo de divisiones y modos en que estas sean significadas.

Por intentar desacondicionar las formas diversas de poder, este tipo de pensamiento tendrá una perspectiva ética que determinará su accionar. Dicha perspectiva supone trabajar con la contingencia, es decir con el hecho de que en la construcción social del envejecimiento, resulta necesario especificar: qué representaciones de vejez rigen en ese contexto, cuál es el sujeto producido, y por último, como autorreflexión del propio gerontólogo, desde qué tipo de representación disciplinaria está actuando, lo cual  puede llevar a preguntarnos acerca de la pertinencia o importancia estratégica de su especificación como un campo disciplinar. Por ello, la post-gerontología, aparece como una respuesta política ante una coyuntura cultural, que hace necesario este campo de conocimiento así como su relativización. Teniendo como premisa la contingencia para el rediseño de una política de las edades.

“Este pensamiento, surge de pensar lo real como vivo, múltiple, cambiante” (Diaz,1990). En este sentido, las reivindicaciones políticas apuntan a conseguir transformaciones en los diversos marcos contextuales en los que se objetive  nuestro sujeto. A nivel molecular, ya sea en las instituciones, en las relaciones personales, en las acciones cotidianas, en las formas del lenguaje o en los usos consensuados de las identidades. Pero  también, en la comprensión de los efectos subjetivos que implican las macropolíticas para poder, desde allí, darles un sentido renovado a las mismas.

El viejo se construye en diversos escenarios y es por ello que nuestras prácticas devendrán del contexto específico y de la posición que el sujeto vaya asumiendo. Esta relación de poder que se juega, abre paso a nuevas posiciones, las cuales dependerán de la multiplicidad de las relaciones de fuerza, inmanentes y propias del dominio en que se ejercen, y que son constitutivas de su organización. El poder, como señala Foucault (1977), viene de todas partes, se produce a cada instante en una relación, por ello es la clave para pensar al contexto como una situación estratégica dada y móvil.

La noción de post- gerontología se inserta dentro de las corrientes post estructuralista y post moderna en tanto supone, en este caso, desestabilizar al texto de la gerontología  y al sujeto construido por este relato, para desde allí deconstruirlo, es decir conocer las bases que lo organizaron. Los contextos sostenidos en discursos darán cuerpo a la producción de subjetividades, en la que la gerontología no está fuera sino que propende y determina a la misma.

La noción de campo

Un campo, es decir nuestra disciplina, palabra cuya ambigüedad nos da cuenta del origen de las disciplinas teóricas  (Bourdieu, 1995), es un conjunto de relaciones históricas, de ciertas formas de poder que inciden en la construcción del objeto de estudio. Como un campo magnético, este sistema se estructura con fuerzas, que se presentan en diversas configuraciones de nuestra realidad, que nos permite pensarla como lógica y evidente, capaz de imponerse a todos los objetos y agentes que penetran en ella. “Todo campo requiere una disciplina, que organice y concentre la experiencia desde una particular cosmovisión” (Klein, J, 1990), lo cual determinará que las preguntas que se piensen o formulen se encuentren limitadas al material, a los métodos y a los conceptos que utilizan previamente. La disciplina produce un tipo de imagen de la realidad, por los efectos performativos del lenguaje.

“La coherencia, objetividad, y autonomía típicamente expresada en los conocimientos disciplinarios se vuelven comprensibles como superficies retóricas que obscurecen órdenes políticos y jerárquicos más profundos” (Katz, 1996) En este sentido, estudiar la gerontología debe tener un sentido estratégico, en el cual quede de relieve la forma en el que el conocimiento se constituyó como tal.  Los campos son, para Bourdieu (1983), sistemas de circulación de capitales económicos, culturales, simbólicos. En estos hay quienes controlan tales sistemas hegemonizando formas de saber, representación y discurso. Librándose batallas entre productores sobre los productos constituidos

Este efecto de campo tiene consecuencias en la realidad. Existe una correspondencia entre la estructura social y las subjetividades, entre las divisiones objetivas del mundo social, sobre todo entre  dominantes y dominados en los diferentes campos, y las formas de su visión y división que les aplican los agentes de esa dominación (Bourdieu, 1995). A nuestro sujeto, se lo intenta definir a través de un conjunto de relaciones objetivas ancladas en ciertas formas de poder que lo transforman en alguien que puede ser concebido por un determinado discurso. Nos encontramos con un efecto homogenizador, propio de los discursos sobre la vejez, que son las reducciones generalizadoras que intentan ver, en un viejo, a la idea de viejo que se habían formulado.

Estas formas relacionales de poder determinan que haya grupos a los cuales se los objetive de un modo tal, que inhiban las preguntas que los singularicen como sujetos, promoviéndose  respuestas anticipadas del estilo de: “los viejos son de tal o cual manera o requieren de tales prestaciones” o que estos son dependientes, que necesitan protección de su ambiente y contención familiar, o que requieren estar activos y ser participativos. Reducciones que crean enormes barreras para el desarrollo de políticas basadas en la heterogeneidad.

La noción de campo también será pensada como el marco regulatorio de juegos de lenguaje, en el sentido que Wittgenstein le otorga a las producciones de significados posibles. Green (1993) propone el uso del término de Peirce, legisigno que implica la producción de replicas de sí como por ejemplo los nombres propios, los sustantivos comunes, etc. Este término tiene connotaciones de regulador, gobernante y ordenador teniendo en cuenta el pasaje desde la semiótica a la producción de significados. Green propone para el análisis de la gerontología el análisis de los legisignos de este campo. Cada discurso disciplinar se maneja alrededor de conceptos dominantes que nominan a su vez, los temas dominantes. Podemos considerar como las palabras geriatría o gerontología, en tanto marcos del pensamiento disciplinar, autorizaron ángulos y perspectivas para pensar, distribuir y organizar los conceptos, los cuales aseguraban los propios límites del campo y por otro lado, los de su propia identidad. Wittgenstein dice que la gramática reasegura posibilidades de determinados sentidos y “dice que tipo de objeto una cosa es” (Wittgenstein, 1958)

El legisigno explica como una disciplina opera en un sistema cerrado de posibilidades de significado. Esto formará lo que Foucault denominó redes de especificación en los que un concepto aparecerá situado dentro de una serie de espacios de significado y de jerarquías en las que se producen los efectos de significación. Si tomamos  los ejemplos señalados anteriormente podemos notar como el reposicionamiento de la gerontología por sobre la geriatría llevó a cuestionar la validez de planteos anteriormente establecidos en nombre de la patología de la vejez y de toda una serie de desarrollos teóricos que no son más que efectos de significado de los propios términos elegidos como dominantes. Para el caso el legisigno gerontología nombrará y definirá en términos, efectos, condiciones y circunstancias de ocurrencia, que vuelven al fenómeno propio a su discurso, separándolo de las explicaciones de la geriatría. Así también se desprende otro proceso de nominación que tendrá que ver con las analogías y metáforas atribuidas a dichos procesos (Green, 1993).

Problematizaciones en gerontología

En este marco, utilizaré la noción de problematización ya que es la que nos permitirá salir de un análisis histórico formal para pensar algunos lineamientos internos a la gerontología que implicaron cambios de paradigmas a nivel del campo perceptibles a través de las modificaciones en la gramática de la gerontología, en tanto un nuevo significado al uso de los signos, así como un nuevo tipo de disciplinarización y de oferta de propuestas hacia la vejez. Ambos insertos en marcos contextuales más generales que posibilitaron cambios en la  hegemonía de un campo disciplinar. Permitiéndonos comprender como ciertos argumentos fueron especialmente aptos para problematizar los campos discursivos precedentes.

El campo de la gerontología

La gerontología nace a principios del siglo XX en un campo estructurado de fuerzas, la medicina de esa época, y a su vez fundará el suyo replicando las características propias de las realidades materiales que lo fundaron.

La reivindicación gerontológica, tuvo un lugar central, en proclamar una crítica aguda en contra de los modelos de sujeción social del viejo, en nuestras sociedades modernas. Haber salido del ángulo biologizante y medicalizado, que le había dado el siglo XIX a la vejez, significó un cambio en la problematización de la cuestión de enormes implicaciones materiales.

Si hacemos un poco de historia podríamos situar la emergencia de la geriatría, en primera instancia a través de Nascher, como respuesta ante una serie de coyunturas sociales que determinaron un giro en la perspectiva del sujeto y un nuevo corte en lo social.

Nascher cuestiona a la patología del viejo desde un presupuesto epistemológico distinto, es decir desde la multideterminación de la patología en grupos con ciertas particularidades. De hecho, el primer grupo con el cual este investigador va a rastrear una problemática similar es con las prostitutas.

Por ello va a ser importante situar el contexto más inmediato desde donde emergieron dichos presupuestos. Nascher era amigo personal de Jacoby creador de la pediatría, es decir se produce un corte transversal en la medicina en la cual la patología será pensada desde la noción de edad. Esta particular forma de articulación devendrá de la importancia que lo moderno y en particular la ideología burguesa le otorgó a las edades del hombre. Las mismas determinaron posiciones y roles muy específicos que llevaron a puntualizar de un modo poco común cada edad como un momento evolutivo apto para realizar o no ciertas actividades o funciones.

Las edades del hombre permitieron transversalizar al saber de la medicina de dos modos, por un lado asociando dos presupuestos fuertes dentro del esquema moderno y por el otro, rompiendo de un modo inusual con dichos esquemas. La posibilidad de apertura es concebible en tanto que la edad se convierte en otro parámetro desde el cual pensar la patología del anciano.  A pesar de que, según Achembaum, a Nascher, este corte le hizo peligrar su lugar dentro de las asociaciones médicas, lo cual lo llevó a retomar posturas más tradicionales. Sin embargo el paso ya había sido dado, lo que hará que Stanley Hall escriba poco tiempo después el artículo “Senescencia” con un enfoque más amplio en donde la noción de edad permitió incluir la historia, la antropología o la sicología para pensar la vejez como un fenómeno multideterminado y romper con el aislamiento en el cual habían quedado los cuerpos de los viejos.

No debemos dejar de tener en cuenta que este momento histórico reivindicará el derecho a la jubilación. Esta noción supondrá reafirmar la lógica precisa de a cada edad una ocupación o su retiro, así como la vejez definida por un parámetro social asociada a la capacidad o incapacidad laboral. Por ello, para Lenoir (1979) las nociones de vejez e invalidez se vuelven intercambiables, pero invalidez será considerada como la “incapacidad para producir” (Cheysson, 1886)  La vejez englobará todas las situaciones en las que un obrero no  trabaje, incluso para los desocupados de 45 a 50 años que se les denominará los “viejos precoces” (Cheysson, 1886) Modificando a su vez en lo subsiguiente la posición de los viejos con respecto a sus familias o los resortes tradicionales de la pobreza. (Lenoir, 1979, Guillemard, 1986)

De esta manera vemos como un cierto contexto va entramando  un concepto de vejez que incluyen nuevos significados. Según Green (1993) resultó necesario una multiplicación de discursos acerca de la vejez, del envejecimiento o del viejo, durante el siglo XIX, desde el lenguaje médico, demográfico, económico, humanitario y legislativo para que hagan de éste un fenómeno visible. Lo cual generó una densa preparación lingüística, resultando potencialmente apto para que aparezca una ciencia social que se ocupe de ello.

Así también, para Green (1993) fue necesario una creciente ambigüedad, ambivalencia y una mayor duda acerca de lo que significaba la vejez,  el envejecimiento y el viejo mismo, lo cual produjo un desarrollo creciente en la recodificación de los problemas, volviendo poco legibles o poco comprensibles las respuestas formuladas anteriormente. Lo cual llevará a reformular nuevos usos explicativos.

Por ello es que redefiniendo el contexto social, modificaremos el concepto de viejo, los códigos, así como las prácticas que sobre esta población se ofertan. El contexto, al modificar las representaciones sociales de la vejez como las prácticas, construirán a nuestro sujeto dándole nuevos significados. Pensemos en lo que significa que se considere a los viejos desde la enfermedad y que se les ofrezcan masivamente hogares geriátricos o que se los considere desde su potencial de salud y se les ofrezca centros de recreación.

Nuevas problematizaciones

La noción de Butler de  viejismo resultó un argumento paradigmático en un contexto movilizado por los cambios de posición de nuevas minorías sociales. Lo cual implicó que se convierta en el eje para definir una nueva posición frente a la nueva forma de problematizar la temática. Más allá de que históricamente haya sido precedida por movimientos en este sentido. La crítica llevó a posicionar la gerontología por encima de la geriatría modificando profundamente el esquema de campo de esta multidisciplina; revalorizando a nuevas profesiones y elevando un discurso que dejará de hablar exclusivamente desde lo médico.

Podemos suponer que todo esto  fue promovido desde un criterio de lo social que prometía las reivindicaciones de muchas minorías y dentro de una serie de concepciones de bienestar social inéditas en la historia occidental. Con un discurso sobre las libertades propias de cada sujeto que, progresivamente, ha ido extendiéndose a todos los grupos sociales.

Por largo tiempo hemos visto como estas minorías fueron categorizadas desde  su desviación ya sea moral, mental o física como en el caso de los adultos mayores,  que eran tratados en tanto objetos o residuos de la sociedad “normal”. Es decir que estos grupos que se definían anteriormente por su carácter desviado o patológico comienzan a poseer un código propio desde el cual se convierten en una solución de recambio, a nivel social, para el conjunto de la población.

Hubo épocas de las mayorías donde todo parecía depender de la voluntad del mayor número de personas, y hay épocas de minorías, donde la obstinación de algunos individuos o de algunos grupos, parece suficiente para provocar el acontecimiento y decidir el curso de los hechos (Moscovici,1976). Pensemos que esta nueva lógica tomará especial asidero luego de la segunda guerra mundial con el fantasma del nazismo que produjo la necesidad de pensar en los Derechos del Hombre como pretensión universal, en el año 1948. Este siglo tuvo momentos de grandes movimientos de masas, y desde los últimos decenios vemos sucederse movimientos segmentados de mujeres, estudiantes o viejos. Es notorio que el gobierno argentino presenta ante las Naciones Unidas los Derechos de la Ancianidad que luego serán incorporado en la Constitución del ’49[3].

Este contexto requiere necesariamente pensar la influencia de una jubilación generalizada en la mayoría de los países del primer mundo y en muchos países en desarrollo. Con gran cantidad de países con economías en desarrollo y expansión que pudieron brindar nuevas prestaciones, dentro de la lógica del Estado Providencia.

Así, los estados occidentales desarrollados comienzan a preocuparse en una nueva dimensión de la vejez: su tiempo libre. Dando cuenta de los efectos no esperados de jubilaciones que dejaron secuelas negativas. Este contexto llevará a que desde políticas de estado hasta privadas comiencen a promocionar una nueva edad, que, siguiendo a Guillemard, produjo en los años sesenta en Francia la noción de Tercera Edad como un tercer momento en la vida para realizar nuevos proyectos. Aparecerá otro argumento que tomará fuerza más allá de la profundidad de sus enunciados. La Teoría de la Actividad será la contrapropuesta  y hasta la conminación a un nuevo registro de salud, abriendo el campo a las ofertas de múltiples profesionales, técnicos y mercaderes.

A finales del siglo XX aparece desde la gerontología una crítica hacia lo que se denominó la “empresa del envejecimiento” (Estes, 1979), es decir a la conglomeración de expertos, instituciones, y profesionales que se acercan al problema de los mayores, enfocando lo individual, excluyéndolo de los contextos socio-políticos. Debemos tener en cuenta que esta problematización conformará una nueva identidad de viejo, que desestabilizará representaciones del mismo en el seno de la familia y en una actitud de retracción social promoviendo otra de reintegración sin imágenes estereotipadas a nivel de la edad  aunque sí dentro de un marco rígido por edades, con los efectos homogeneizadores propios de toda identidad social.

Quizás debiésemos pensar en una nueva problematización en tanto que la gerontología vuelve a encontrar una heterogeneidad dentro del campo, desde una vejez asumida como tal y dispuesta a enfrentarse desde su propia condición pero coexistiendo con otros modos que la preexistieron. Quizás el argumento que problematice el envejecimiento, ya no aparezca desde el discurso profesional ligado a la salud, sino como la reivindicación de un grupo social minoritario, que reclama con mayor vehemencia su lugar en la sociedad, en una demanda por lo que podríamos considerar derechos humanos.

De esta manera surge el concepto de empowerment (Thursz, 1995) que podría traducirse como “empoderamiento” basado en la convicción de que debería haber una fuerza alternativa que enfrente los mitos de dependencia de las personas mayores. Los mayores nos empiezan a enseñar un discurso social en el cual, los gerontólogos, nos vemos llamados a cambiar de posición. Atendiendo a sus movimientos y a las nuevas representaciones sociales que comienzan a emerger que hacen de la vejez un campo, día a día, más heterogéneo. Esto también nos lleva a cuestionar uno de los argumentos que se constituyó en el caballito de batalla de la gerontología social “el viejismo”. Sin dejar de pensar en los beneficios que produjo este discurso y que aun produce, no debemos dejar de tener en cuenta el riesgo que corremos en fundamentalizar la queja. Ya que, no reconocer los efectos de realidad que tuvo nuestro decir en lo social con los cambios subsecuentes que produjo, puede resultar una estrategia retrograda en un contexto ya movilizado.

La gerontología debe dar cuenta de los nuevos espacios sociales y de los cambios que sobrevendrán en el futuro como, por ejemplo: ¿Cómo generar una movilización de la vejez que contemple los contextos específicos y que no termine siendo una replica automática de los modelos del primer mundo? ¿Qué consecuencias tendrá la constitución de la vejez como una minoría política y hasta que punto no aparece el riesgo de una nueva posición edatista es decir prejuiciosa, de los viejos, con respecto a las políticas etáreas?; ¿Qué nuevas ofertas debemos promover en vistas de la fragmentación de las demandas que comienzan a surgir?, y sobre todo ¿Cuáles son las estrategias que debemos plantearnos hoy en día frente a realidades más heterogéneas en contextos empobrecidos como en el caso de los países latinoamericanos?

Una de las realidades que tenemos frente a nosotros, es la vejez como una minoría que deja de ser una suma de individuos agrupados por otros y pasa a ser una agrupación elegida por los propios representantes. Cambio de enorme importancia, por lo que generó y por lo que supone de modificación en la propia representación social del viejo, en nuestros países y en  tan pocos años. Con un subsecuente efecto de retracción sobre sí, que puede ser interpretado como un modo de aislamiento del resto de la sociedad o, por lo contrario, ser tomado como un punto de partida de una inserción en lo social desde las propias variantes que esta ofrece. Sin embargo, depende de los nuevos cursos de pensamiento que esto sea la fijación de nuevas políticas discriminatorias sobre la edad o que, por lo contrario, marquen un nuevo rumbo en que la edad no implique un orden normativo rígido y discriminatorio. Por otro lado, nos encontramos dentro de los contextos de los países no desarrollados con realidades complejas ya que accedemos a modificaciones en el sentido de un crecimiento de ofertas y alternativas para este grupo así como una pauperización y peligro de pérdida de prestaciones en salud o jubilaciones.

Por ello, para problematizar al objeto de la gerontología, atenderemos las realidades políticas, entendidas como la situación socio- histórica de un momento específico que determina ciertos tipos de envejecimientos posibles.

Debemos hacer jugar dentro de este campo de fuerzas, las coordenadas propias de la vejez, en cada país o región, con las particularidades que aparecen y que nos deben hacer pensar en modelos ajustados a situaciones propias y específicas que determinan las identidades de las diversas formas de envejecimiento.

Para ello observaremos, atentamente, las relaciones de poder, la circulación del dinero, las vías de la tecnología médica, lo que los marxistas llaman la subestructura material de la realidad. Sin embargo, no debemos reducir la realidad material de los discursos, es decir la ley, la moralidad, las prácticas sociales de una época, sino, ser capaces de comprender las elecciones posibles a las que nos constriñe nuestra realidad (Moody,1996).

La ética frente a la contingencia

¿Qué significa, entonces, ser responsables de una elección ante los hechos que se nos presentan en la gerontología?

En principio la posición ética que le correspondería  a la gerontología supone la de enfocar el caso, es decir “al viejo”[4] desde contextos específicos en los que la respuesta ética no pueda estar exenta de pensar al acontecimiento como construido.  La ética de la responsabilidad, da cuenta de dicha posición frente a lo particular del acontecimiento, en tanto nos demanda estar atento a las realidades posibles y a los pasos calculados para momentos precisos (Weber, 1918). Esta perspectiva, nos demanda salir por un lado de lógicas totalizantes, las cuales tienden a homogeneizar una población desde valores estadísticos o culturales y por el otro, a limitar el valor de los ideales sociales heterogéneos. Moody considera que:“Un ideal alternativo debe estar anclado en una realidad social e histórica concreta, no en términos abstractos de autonomía ni de derechos propios de la edad” (Moody, H , 1996).

La difusión de un modelo de gerontología planificada ha generado que el planeta devenga una aldea de iguales prestaciones sin atender a la diversidad de representaciones sociales existentes. Las nociones de género, “bienestar” o autonomía quedan sintetizadas en propuestas estándar que siguen el american way of life. Incluso, como señala Moody (1996), el ideal de autonomía tan mentado por todos nosotros, corre el riesgo de quedar capturado dentro de una lógica burocrática que desatienda el momento y la oportunidad. Tendiendo, por lo contrario, a que este ideal, si sea una guía que nos ayude a pensar como damos autonomía en la vida cotidiana. Pensando en el fin de un tratamiento, la elección de un cuarto en un geriátrico o en la participación activa en una comunidad. Debemos tener en cuenta que el valor de la autonomía apareció en la cultura occidental de la mano del individualismo moderno, en interrelación con ciertas estructuras económicas y sociales no del todo compartibles aun en la “aldea global”. Por ello, es necesario no olvidar la relativización que conlleva las prácticas concretas y las políticas sociales sobre ciertos ideales, cuando tenemos que aplicarlos a sujetos particulares y en diversas culturas.

Creo que, incluso, la mayor burocratización posible que venga desde una ley sobre adultos mayores, deberá ser pensada en términos tácticos dentro de una estrategia que no termine estigmatizando, lo que puede ser transitorio o relativo a circunstancias específicas.

Ninguno de estos detalles cotidianos son intrascendentes, por la simple razón de que allí se juega la pérdida de dignidad, de la identidad y del deseo del ser humano a través de la tiranía de las pequeñas decisiones.

Debemos hacer de la libertad un problema estratégico, nos decía Foucault, para crear libertad en los mayores. Somos más libres de lo que creemos, no porque estemos menos determinados, sino porque hay muchas cosas con las que podemos romper. Pero para ello, es necesario liberarnos primero,  nosotros mismos como gerontólogos, de toda la carga de prejuicios de lo que creemos que es un viejo, es decir un hombre. Por lo tanto, cuando hablamos de compromiso ético y político en gerontología, implica que abordemos este espectro social con una mirada en lo que fue, pero sabiendo lo que puede potencialmente ser y especialmente en lo que busca ser.

Ser responsables implica tener conciencia de la incidencia de nuestro discurso sobre una población. Esto supone tener una postura ética clara, en donde sepamos inteligir las consecuencias últimas de nuestros discursos. Asumir una postura en la que seamos consecuentes con un ideal ligado a los derechos del hombre a elegir su deseo y una responsabilidad social a posibilitar el acceso al mismo. Pero, fundamentalmente, ser responsable en este campo, implica saber actuar con los mayores, y seguirlos en su camino pudiendo abrir un campo teórico que allane sus búsquedas y sus desarrollos.

El problema que se nos plantea es político, cultural y ético, y debemos, no solo, tratar de liberar al viejo de las determinaciones ligadas al estado y sus instituciones, sino, liberar a los propios viejos del tipo de determinación que como individuos han sido objeto.

La constitución de un sujeto y un profesional agente

Todo discurso social, nos dice Freud, genera su propio malestar en los individuos. Malestar, individual y colectivo, que determinará su reposicionamiento subjetivo. Este lugar, sin embargo, será el eje desde dónde se intentará modificar, con una lectura de lo social distinta, su padecimiento.

Este sujeto así determinado, no es un ente pasivo, sino que es el motor de cambio al modelo antes planteado. El cual se vuelve responsable del padecer que sufría, en cuanto objeto de una determinada concepción de la realidad. Volviéndose capaz de subvertir el orden que lo victimizaba.

El sujeto es a la vez una construcción y un agente social.  La construcción de las posiciones implica al sujeto como un agente, con una multiplicidad de representaciones ideológicas contradictorias y posiciones frente a las cuales, este debe negociar el reconocimiento de su identidad (Alcoff, L. 1988) Resulta relevante como el mismo proceso que construye sujetos dominados, a su vez establece sujetos que resisten (Katz, S, 1996). Haciendo que el empoderamiento sea a su vez la posibilidad de darse una nueva identidad. Así como hay viejos que requieren de un soporte social importante, la mayoría son capaces de mantener una plena autonomía. Muchos de ellos buscan ser partícipes en sus decisiones, sin percibirse así mismos como pacientes, y no queriendo abandonar sus juicios por el juicio de los otros, porque quieren seguir manteniendo el curso de su propio destino (Thursz, 1995).

Las minorías fueron cambiando poco a poco la jerarquía propia. De ser minoritarios, y en tanto tales, aminorados por la sociedad, se han convertido en una fuente de innovación y de cambio social. La multiplicación de los movimientos, muchas veces aún periféricos, son portadores de prácticas, de proyectos originales y de transformación en las relaciones sociales. Metamorfosis que parece tener efectos duraderos (Moscovici, 1976).

Esto nos lleva a situar la responsabilidad ética frente al posicionamiento específico de cada grupo etáreo, y a su vez de aquel que estudie dicho fenómeno social, para el caso, el gerontólogo. A ambos les caben decisiones que suponen una posición ética. Las mismas abarcarán desde lo cotidiano, lo terapéutico hasta las políticas sociales. Sin embargo, toda decisión supone una elección acerca del tipo de divisiones etáreas que queremos en la sociedad, la responsabilidad subjetiva que otorgamos, y todas aquellas opciones que construyen socialmente el envejecimiento.

 

Bibliografía General

  • Achenbaum, W.: Crossing Frontiers. Cambridge University Press, New York 1995.
  • Bourdieu, P. y Vaquant, L.: Respuestas, por una antropología reflexiva. Ed. Grijalbo, México 1995.
  • Cheysson, E.: Annales d’hygiene publique et de médecine légale. Avr-mai 1886, pp.17-36.
  • Cheysson, E.: Bulletin du Comité central des oeuvres d’assistance par le travail, s.d., pp.50-51.
  • Estes, C.: The Aging Enterprise. San Francisco: Jossey-Bass.
  •  Foucault, M: Las redes del poder Ed. Almagesto, Bs. As. 1993
  • Foucault, M.: Microfísica del poder. Ed. Planeta – Agostini, España 1995.
  • Foucault, M.: Tecnologías del yo y otros textos afines. Ed. Paidos, Barcelona 1990.
  • Foucault, M.: The archeology of knowledge. Trans. By Sheridan London Tavistock.
  • Guillemard, A. M.: Le déclin du social. Ed. PUF, París 1986.
  • Green, B.: Gerontology and the construction of Old Age. A study in discourse analysis. Aline de Gruyter, New York 1993.
  • Iacub, R.: Proyectar la Vida. El desafío de los mayores. Ed. Manantial, Buenos Aires 2001.
  • Katz, S.: Disciplining Old Age:  the formation of gerontological knowledge. Ed. University Press of Virginia., E.U.A. 1996.
  • Lenoir, R.: Actes de la Recherche en Sciences Sociales (26-27): 57-82, 1979
  • Moody, H.: Ethics in an Aging Society. Ed. John Hopkins University Press, U.S.A. 1996.
  • Moody, H.: Ethics in an Aging Society. Ed. John Hopkins University Press, U.S.A. 1996.
  • Moscovici, S.: Psychologie des minorités actives. Ed. P.U.F., París 1976.
  • Neugarten, B.: Los significados de la edad. Ed. Herder, Barcelona 1999.
  • Peirce, Ch.: La ciencia de la semiótica. Ed Nueva Visión, Buenos Aires 1974
  • Thursz, Nusberg y Prather: Empowering older people. An international approach. Ed. I.F.A., U.S.A.1995.
  • Weber, Max: “Politics as a Vocation” (1918), in H.H. Gerth and C. Wright Mills, From Max Weber: Essays in Sociology (New York: Oxford University Press, 1946)

[1] Versión editada por la Revista de Trabajo Social de la Universidad Católica de Santiago de Chile.
[2] Universidad de Buenos Aires, Argentina.
[3] Es  la propia María Eva Duarte de Perón quien presenta en París los Derechos de la Ancianidad.
[4] Las comillas son del editor.

22/10/2004 / Artículos, Blog

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